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Narrativa (1)

de Martha Goldin

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La madre mece la cuna. De pronto lo alza.
El es tibio y dulce como la miel.
La madre lo sabe. Lo siente.
Se levanta y lo acuna mientras canta muy suave.
La madre piensa que un día será grande y se irá lejos.
¿Por qué piensa eso la madre? ¿Qué intuye ?
De pronto cae la noche, las sombras avanzan sobre la ciudad
El tiempo también.
La madre está sentada, con las manos vacías y una extraña tibieza en el corazón.
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Ema quiere ver a la luna

Ema es una nena de rizos blancos y radiantes ojos azules. En la plaza ve a las palomas, juega con otros chicos, sube al pequeño tobogán y se lanza volando. Con el balde y la pala arma pequeños montículos que desarma riendo. Al anochecer, mientras se hamaca, mira sonriente el cielo y busca a la luna. Pero a veces no hay luna. Entonces la bella dice preocupada
-No tá, no tá .- y su carita se pone seria. La abuela le dice que a veces la luna se duerme encima de una nube y que ya despertará
- No tá, no tá- insiste Ema
No debe la luna ser perezosa cuando la espera una nena porque hay sonrisas que no deben borrarse nunca
Ni siquiera a la espera de la luna.

a Ema

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Veo luz en tu ventana y abro la puerta.
Extraño esto de encontrarme. Porque soy yo, de eso estoy segura.
Pero también aquélla.
¿Cómo contarme qué pasó durante estos largos años?
Soy yo a los dieciseis de esta muchacha.
Y hace mucho tiempo.
Temo que me pidas explicaciones y será difícil dártelas.
No cuentes conmigo para las confidencias. No me gusta extenderme en detalles sobre mi historia. Inevitablemente la irás viviendo.
Ambas sabemos lo que sufrimos. Vos en estos momentos. Yo arrastrando aún aquéllas y las que, por mis convicciones, provoqué.
Sin embargo algo debes saber. También hubo buenos momentos que sabrás vivir intensamente. Porque sos así.
Capaz de llorar con todo. Capaz de reír hasta las lágrimas
Capaz de amar con todo. Y des-amar también. Te lo aseguro.
Ahora noto que estás cansada, te vas desvaneciendo entre las sombras.
Hubiera deseado abrazarte como a una hija, decirte que vivir vale la pena.
La luz se va apagando. Tu luz se va apagando.
Abro la puerta. Resignada voy al encuentro de esta tarde húmeda de invierno.

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AGONÍA

Cuando se despertó estaba sola. Un ligero martilleo la tormentaba. Desesperada buscó imágenes en su interior. Sólo vacío. Entonces ¿ era débil, vulnerable?
¿ Qué valor tiene un cuerpo incapaz de recordar? En un gesto final intentó escuchar las voces que le venían de lejos. Una le resultó familiar.
De pronto el calor de manos conocidas . Por un instante creyó que retornaba, alegremente, la memoria.

Habrá que desconectarla . La sentencia le llegó distante. Y obedeciendo una orden casi divina, se apagó.
Acaba de llamar Angel , comentó la mujer a su marido, dice que se puede colocar otro disco rígido a la compu.

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VOLVER A CASA

Volví. Como se vuelve luego de un tiempo infinito. Volví.
Abrí con la vieja llave la puerta. El silencio me invadió. Sabía que sería así. Pero no me importaba.
Volví. El patio estaba florecido, con sus malvones y jazmines.
Se oían murmullos. Reconocí tu querida voz, mamá. Era tan hermoso escucharte. Y la de papá, la dulce voz de papá. Hablaban con mi hermano, medias caídas y pelota en la mano.
Me saludaron con el cariño de siempre, como si nada hubiera pasado.
Como si el tiempo no hubiera pasado.
Comí con ellos, reí con ellos.
Al pasar frente al espejo me miré. Y cerré fuerte los ojos.
¿Para qué hacerme preguntas?

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LA VUELTA

El sol cae a pique y el asfalto arde.
La mirada de ella se detiene en la baldosa floja, recorre la calle solitaria, el ramaje de los árboles, sus copas sedosas. Como mareada aspira el aire que su piel reconoce. Mi ciudad, dice. Y sonríe.
Liliana y Cristina vienen hacia mí. Tenemos nueve años y un montón de tareas.
Yo acomodo mi maleta de escuela en el hombro, le digo voy con ustedes. Me miran asombradas, piensan, no sé, que de pronto crecí, que no soy quien soy, esta niña con lágrimas, las lágrimas no dejan de caer porque mis amigas no me reconocen, siguen saltando la cuerda, mientras yo, desconcertada, retrocedo hacia la puerta de mi casa, de espaldas busco el picaporte, lo oprimo, sigo retrocediendo en la frescura insólita del zaguán, el olor a jazmines me inunda, toda la casa es un jazmin que me recibe, y me arrojo en brazos de mamá , venga mi nena ¿qué le pasa? y quiero contarle, explicarle todo, pero soy esta bebita rubia de un año y apenas sé balbucear, y mamá me saca de la cuna y me aprieta contra su pecho mientras bajo del avión en Ezeiza, con mis dos hijos de la mano, tras nueve años de exilio. Miro mi ciudad.
El sol cae a pique y el asfalto arde.

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LA CALLE ACEVEDO

Sucedía cada vez que bordeaba el Botánico. Como si una fuerza brutal la empujara caminaba hacia la calle Acevedo, buscaba con cierta dificultad la puerta y se quedaba parada mirando. Útimamente notaba esto con mayor frecuencia mientras tomaba un café en el bar de Malabia. Ellos le preguntaban qué pasaba. Bromeando comentaba que se veía pasar con la beba en brazos y el hijo en triciclo. Era una broma triste y sentía como su voz se quebraba. También era cierto que cada vez más en esas calles tenía la sensación de haber retornado recién, como si los años transcurridos, la vuelta del exilio, se borraran y todo recién comenzara.
No era que extrañara los 70 del terror ni el dificultoso retorno a mediados de los 80. No era eso lo que añoraba, no. Sin embargo algo le sucedía. Esa mañana, como siempre, cruzó la avenida. El solcito de primavera y el cielo tan azul. Se sintió casi feliz. Pensó que no era bueno acercarse a la puerta, que la nostalgia siempre es peligrosa. El tiempo voló. Dejarlo ir, se dijo. Quedó parada cerca de la entrada largo rato. Detrás de la puerta vio la vaivén que se movía y a la mujer muy joven. Llevaba jeans y el pelo largo. La beba dormía. A su lado el hijo de tres años en triciclo y con una servilleta a cuadros azul y blanca anudada al manubrio. Ahí va la manzana deliciosa que tanto le gusta- pensó. Desvió la mirada. Acercarse. Por un momento creyó que sería lo mejor. Acercarse, fundirse en un abrazo, acariciarlos. Los siguió. Cruzó con ellos.
La madre sacó de un bolso de red la pala y el balde,la pelota de plástico de colores y los dejó al alcance del chico que ya se acercaba a sus amiguitos. Suavemente acunó a la beba.
Ni siquiera me mira, no me ve. Todo esto es mío, me lo arrebataron y vengo a recuperarlo. l974. En un gesto desesperado me acerqué a ella. La abracé,la abracé fuerte. Casi como a una hija.
Le esperan tiempos difíciles, pensé, muy difíciles.

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LA OTRA CALLE

"en medio del rugir de las fogatas

fui caminante de sal entre las piedras"

I

Me gustaría encontrar aquella calle, pensaba. Las hojas de los árboles a veces temblaban como gotas. A veces eran gotas que corrían por sus ojos. Me gustaría encontrar aquella calle, pensaba. Y no eran gotas solamente. Ya relámpagos corrían por el rostro porque la calle que ella buscaba quedaba lejos. No se trataba de espacio sino de tiempo y el tiempo la contaminaba.
Me gustaría encontrar aquella calle, pensaba.

II

Y un perfume de jazmines inundó todo.
Tiempo o espacio en el que ella se despojó de preguntas y se encontró en la vereda , los niños corrían a su lado , jugaban con el perrito negro.
De pronto la calle se pierde. Niños y perro huyen por los aires de Lima ,se confunden con el olor de las buganvillas , siguen jugando y riendo sin ella que se pierde también en el espacio y en el tiempo.
El viejo empedrado de la ciudad . Ya las risas son tan lejanas , los bocinazos y los olores la retornan bruscamente a esta orilla porque ha perdido la calle, los niños la estarán buscando y ella no sabe como volver.
Si se cierran los ojos quizás volverá a encontrar esa calle. Siente el calor suave de la ciudad que no conoce el viento, las hojas no se mueven aquí y saltan nuevamente niños y perrito, ella va con su baguette bajo el brazo, es tan joven que se siente hermosa en esa calle que huele a buganvilla.
Escucha las campanas de la iglesia Santa María, debe llegar a casa porque el óvalo Gutiérrez queda tan cerca, sólo atravesar el costado de la huaca Juliana o bien seguir de frente. Nuevamente los niños y el perro se alejan, ella busca desesperada orientarse con los ladridos que se escuchan ya lejos, cada vez más lejos los ladridos, las risas de los niños.
Sabe que no puede con las fuerzas del tiempo y el espacio, que inexorablemente volverá a esta otra calle donde no hay niños ni perro ni Huaca Juliana ni baguette ni campanas.
Sólo bocinazos en la gran ciudad donde rondan los muertos sin voz y las Madres “están locas” y los templos se resguardan con bloques de cemento y las voces de los niños, el ladrido del perrito , están en otra calle.

III

Me gustaría encontrar aquella calle, pensaba.
El viento comenzó a sacudirlo todo, la alejaba y esta calle donde buscabalas risas y los ladridos la levantaba por los aires, tiempo y espacio, hasta la calle de muerte donde ella corría con sus niños en brazos, el bolso repleto de pañales. Una noche en esa calle, muchas noches en esa calle. La muerte maneja un Falcón verde. Mejor era pensar como encontrar la otra calle, la de la Huaca Juliana , pero ella no sabe cómo retornar.
Si se cierran los ojos y las lágrimas dejan de correr quizás .
Siente ya el calor suave de la ciudad que no conoce el viento, las hojas no se mueven aquí

“menudo pie la lleva por la vereda
que se estremece al ritmo de su cadera”

Mira correr y saltar a los niños y al perrito, ella va con su baguette bajo el brazo, escucha las campanadas de la iglesia Santa María, ya va a llegar a casa.
Pero nuevamente niños y perro se alejan y ella busca desesperada orientarse con los ladridos, que se escuchan ya lejos, infinitamente lejos.

IV

Esta calle es muy arbolada. Comienza la primavera y hace un calor húmedo.
Ahora en esta calle la vida continúa. Nadie se pregunta por esa muchacha, por ese niño, por esa beba. La vida continúa en esta calle donde ella no sabe adónde ir, donde cada día le gana un día a la muerte.
Esta calle está en primavera Hay una luz muy intensa y los balcones florecenLa gente pasay esto es la vida cotidiana.
El frutero en la esquina de la calle vende su fruta, el florista ordena sus flores.
Esta calle está en primavera, un aire húmedo se huele en esta calle donde la vida continúa .Esto se llama la vida cotidiana, piensa. Repasa direcciones, ubica amigos lejanos, hojea el diario que anuncia nuevos “enfrentamientos” y nuevos cadáveres.
Todavía son pocos los cadáveres y las Madres no han enloquecido.
Ahora en esta calle es primavera y a pesar de todo ella reconoce una hermosa primavera . Ve de lejos la plaza, los juegos, palita y balde, la calle es una fiesta.
Ella siente que la calle es una fiesta de los otros y la ciudad sólo escucha los latidos de lo que no molesta,
Hay que buscar la otra calle, hay que encontrar el olor de las buganvillas, hay que escuchar las campanadas de la iglesia de Santa María y caminar por el costado de la huaca Juliana
Hay que volver a casa.

V

Volver a casa , piensa y ¿dónde queda la casa de los niños y el perrito?
Volver a casa. Siente que fuertes marejadas la alejan o es el viento que nuevamente arrecia. Pero aquí no hay viento, dice. Mira el mar, esas olas que se abaten sobre la costa, el Pacífico se alza amenazante a veces.
Ella ve jugar a los niños que corren, se ríen, arman sus castillos, el mar los moja y desarma el sueño de arena.
Se van cayendo los murallones que protegen la rubia ciudad, las torres, los pasadizos. Quedan abandonados los restos en la arena, expuestos a próximas y últimas destrucciones, mientras los niños ya construyen otro castillo , otras torres, otros pasadizos. Hay tanta vida dentro del castillo.
Hay tanta vida.

VI

Cuando se huye y se llega a otra parte , la vida es suave aún con sus penurias. Ella abre una ventana sobre la calle desconocida . Esa quietud, las hojas no se mueven . Siente extrañeza .
Pero la vida es suave cuando el horror queda atrás y los niños la reclaman, la vida suave la reclama para calmar las heridas porque ha recuperado su porción de aire en otra parte

“jazmines en el pelo
y rosas en la cara”

Ella abre una ventana , la vida le entra ¿ Habré encontrado aquella calle ?

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