EL HOMBRE QUE NO QUERIA DORMIR
No quiere que el médico le de pastillas para dormir, no tiene insomnio.
Al contrario, se duerme apenas baja los parpados. El sueño lo arrastra a los abismos. Lo
Sepulta en ciénagas.
Los sueños invaden su vida cotidiana. La tortura es infinita. Hace lo imposible por no dormir. Camina toda la noche, va a los boliches, toma litros de café. Aguanta un día, dos, hasta que cae dormido y todo recomienza.
Le ruega, le implora que le den algo para dormir.
- Otro loco, piensa el facultativo. No le cree por supuesto y le receta un potente suspiro.
- Tome una antes de acostarse y se le acabaran las pesadillas –
Esa noche ilusionado toma la pastilla y se duerme.
De rodillas al borde del pantano, las manos amarrada a la espalda. Lo invade el olor a excremento y sangre. Una mano como grafico en la nuca le revuelca la cara en la inmundicia. Tapados por el barro los orificios de la nariz apenas respira. Y la voz monocorde repite – Decime los nombres y quedas libre con un pasaje para el país que quieras, nadie lo sabrá jamás – Los nombres – repite y vuelve a sepultarle la cara.
No soporta mas y se los dice, entre ellos los de su mejor amigo, su hermano y el de ella, ¡su! Amelia. ¿Cómo pudo? Y se los dijo. ¡Se los dijo!
Quiere despertar. ¿Despertar?
De pronto comprende que tiene otra oportunidad. Con el resto de voz que le queda grita
- Matame, hijo de puta, no te voy a dar ningún nombre.
El forense, el mismo que lo había atendido en el consultorio dictamina: suicidio por barbitúricos.
El hedor es insoportable.
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